Sigo en Punta Suelza. A continuación viene la narración de una pequeña aventura equinoccial.
Rana temporaria Draba aizoides
El 20 de marzo de 2004 la primavera entró a las 7:49 de la mañana. Más o menos a esa hora yo salía de Monzón, con muchas ganas de montaña, naturaleza y nieve. De todo ello iba a tener en abundancia.
Pasadas las 9 recojo raquetas y bastones en Labuerda y sigo camino hacia el valle de Chistau. Justo antes del Paso de la Inclusa, con sus túneles, tomo el desvío de la Comuna, un valle secundario con tres pueblos, dos de ellos vivos (Sin y Serbeto) y uno (Señes) abandonado hace décadas, aunque al pasar se ven establos con ganado y algunas casas acondicionadas para pasar el verano. Una pista de 10 kilómetros, que arranca a mitad de camino entre Sin y Serbeto, lleva primero hacia el collado de la Cruz de Guardia y luego hasta la Pleta de Pardinas. Parece claro que no voy a llegar con el coche ni a la mitad, a causa de la nieve, y así es. A unos 5 km, tras una curva brusca aparece un “ubago” con la pista cubierta de hielo y nieve durante un buen trecho. Estoy a unos 1500 m de altitud y son las 10:45 cuando echo andar pista adelante, con toda la magia y las promesas que eso conlleva cuando te gusta disfrutar de la montaña.
Tras un rato andando ligero llego al barranco del Mon, que baja desde la Cruz de Guardia. Baja bastante agua de deshielo. Decido ahorrarme las continuas curvas de la pista y subo ladera arriba paralelo al curso del barranco, por pastos de color pajizo salpicados de manantiales y suelos turbosos. Hay muy pocos signos del cambio de estación: algunas manchas más verdes allí donde despuntan las hojas de Brachypodium pinnatum, o donde saldrán a finales de mayo o principios de junio los corros de brujas que forman las “muchardinas” (Marasmius oreades), cuyo micelio activa la fotosíntesis de las plantas con las que se asocian en simbiosis, por eso toman un color verde más oscuro; también asoman las rosetas de Primula veris y las tempraneras estrellas amarillas de Tussilago farfara. Tampoco faltan las campanillas verdes ribeteadas de rojo del “pan de culebra” (Helleborus foetidus), que ya están abiertas mirando al suelo. La cuesta se empina y voy ganando rápidamente altura; los neveros son más extensos, y de momento los atravieso con el placer de oír crujir mis pasos. Entre las manchas blancas, pastos de aspecto mortecino que pronto se cubrirán de narcisos y Coridalys solida a finales de abril y de lirios azules a primeros de julio; ahora se abren las primeras flores de Gentiana verna, de un bello color azul oscuro, con la garganta blanca. Hay muros de piedra seca cubierta por líquenes verdoso-amarillentos, que a veces se cierran formando apriscos para guardar el ganado, aprovechando la presencia de grandes bloques rocosos. Se ven marcas rojas y blancas de la GR. Las matas de enebro rastrero salpican el paisaje. Los jabalíes han estado hozando y hay parcelas de pasto levantado, seguramente buscaban bulbos de castañuela (Conopodium majus). Algunas macollas secas de cerrillo agrio (Nardus stricta), arrancadas el verano anterior y desechadas por el ganado, testimonian el intenso pastoreo en estas laderas.
El día es magnífico, el sol hoy es el rey, voy de manga corta braceando con los palos cuesta arriba. Hacia el collado, la montaña se muestra casi completamente cubierta de nieve, con la umbría de Maristás a la izquierda, los pinos negros trepando ladera arriba por los roquedos y dejando libres grandes lenguas de piedras móviles, las gleras de roca calcárea en las que sólo plantas especialistas como Borderea pyrenaica pueden arraigar. A la derecha se vislumbra la cabaña de Bargasera y las cuestas meridionales de Fubillons; justo bajo el collado, el embudo de chapa oscura de un pluviómetro totalizador. Allí, a 2.110 m, la pista está casi irreconocible, tapada en gran medida por una gruesa capa de nieve. Justo en ese momento, mientras gozo ávidamente del paisaje que se abre ante mis ojos, empiezo a ser consciente de que a partir de aquí la marcha se va a ser mucho más complicada. La solana del barranco de Pardinas está bastante limpia, pero a la altitud a la que me encuentro andar más allá significa hundirse continuamente en nieve blanda. Quedan unos dos kilómetros hasta la pleta de Pardinas. Hago unas cuantas fotos y admiro la belleza de la cara norte de la sierra de Maristás, pura belleza de roca cubierta por la nieve. Una vez más, me siento agradecido de poder contemplar hacia el oeste la maravilla de los montes que cierran el valle de Pineta, desde Montinier, pasando por las Tres Sorores al circo de Marboré, y a continuación el Ruego de Bielsa, Robiñera y la Munia hacia Francia. Y mis ojos se detienen brevemente en el Vignemale, que asoma en la distancia.
El cielo sigue casi límpido y el sol quema. Me pongo protección solar, polainas y raquetas. La marcha se vuelve mucho más lenta. Es la primera vez que me calzo raquetas para nieve y al principio voy mejor que sin ellas, pero en cuanto me pongo a marchar a media ladera resulta muy incómodo. La izquierda se me suelta todo el rato y la derecha dura poco en su sitio. Hago un nudo en las correas y de esa manera consigo un respiro. De repente, un brusco ruido de aleteo enérgico y una pareja de perdiz pardilla que se deja ver durante unos pocos segundos mientras vuela ladera abajo. Un poco más allá un acentor alpino se posa en lo alto de un pino y puedo observarlo bien con los prismáticos. Abre y cierra el pico amarillento y deja oír su llamada. Como me da la espalda, veo la cabeza gris azulada, los hombros color canela y las franjas blancas y oscuras de las alas. Poco después, echa a volar y se pierde tras un recodo.
Tras llegar a la siguiente revuelta que me llevará a Pardinas, veo que todo el camino está cubierto ininterrumpidamente por una gruesa capa de nieve. Mi objetivo eran los ibones de Barleto, pero creo yo que tengo que desistir hoy. Llegaré, eso sí, hasta la Pleta. Hacia las 2 de la tarde consigo mi objetivo, después de caminar un buen rato hundiéndome en la nieve hasta las ingles y ayudado por los bastones. Las raquetas ya hace tiempo que las he guardado, eran un engorro pues en nieve blanda supone mayor esfuerzo caminar con ellas puestas que andar sólo con las botas.
El arroyo de Pardinas serpentea entre laderas nevadas. Allí está la cabaña y la gran roca rojiza, alrededor de la cual se ha fundido la nieve por el calor que despide cuando se calienta. Me paro a descansar, como algo, un yogur, manzana y galletas. Me acerco a beber al torrente y entonces me fijo en que hay ranas por todas partes. Es rana bermeja, Rana temporaria, y están copulando alegremente en el agua heladora, sobre el lecho de piedras, plantas mustias y la alfombra verde de Veronica beccabunga. Macho y hembra difieren poco en tamaño. La espalda del primero está moteada de negro y sus patas anteriores sujetan firmemente a la hembra por las axilas (amplexo). Además, la mancha detrás de los ojos y la comisura de la mandíbula superior también es más oscura en los machos. Sólo se inmutan cuando les apunto demasiado cerca con el objetivo de mi cámara. ¡Qué expresión tan hierática en sus rostros!
Después reconsidero mi situación. No voy sobrado ni de horario ni de fuerzas. Decido subir hasta la cabaña que hay camino de Barleto, pues esa ladera de solana parece más libre de nieve. Aquí empieza a florecer Draba aizoides, cuyas pequeñas almohadillas se cubren de flores amarillas. Las rosetas carnosas de Sempervivum arachnoideum se arraciman en grupos apretados, entre otras plantas como Androsace vitaliana y Sedum brevifolium.
Alrededor de la otra cabaña también se ha derretido la nieve. Una piedra del dintel está decorada con “petroglifos” de temática claramente sexual. El autor grabó hace 40 años sus recreaciones del arquetipo femenino en medio de soledad de la montaña. “Canela en rama, 5 puntos”, proclama una de las inscripciones. Algún cazador ha metido un par de casquillos de bala en los intersticios entre las piedras. Asomo la cabeza y veo que en el interior de la cabaña hay nieve acumulada que ha entrado por la ventana. No me gustaría tener que pasar la noche aquí.
Se ven pequeños aludes causados por la caída de piedras en la cara SE de Punta Suelza, justo debajo de los riscos desprovistos de nieve donde vive la planta endémica Androsace pyrenaica. De repente, percibo una gran sombra que se mueve veloz por los montículos de nieve, y un quebrantahuesos pasa volando como una exhalación a unos 10 metros sobre mi cabeza. En un par de segundos ha desparecido tras una loma. Es un momento de emoción intensa, el ave poderosa y esquiva se ha cruzado por unos instantes en mi camino. Reemprendo la marcha y bajo hasta el torrente hundiéndome otra vez en la nieve, buscando ahora la vertiente soleada de Berdemené para ir hasta el collado de Pardinas. Voy mucho mejor andando en seco y cruzo de vez en cuando pequeños torrentes con agua de deshielo. La roca quema con el sol de primera hora de la tarde. Entre la hierba seca destacan de nuevo algunas plantas en flor, las que saben aprovechar estos días todavía invernales, pero con sol y relativo calor, para florecer en un momento en el que el esfuerzo energético que ello supone conlleva menos competencia para disponer de los nutrientes del suelo. Son unas pocas: Viola pyrenaica, planta de tamaño muy discreto, sin estolones y de cepa llamativamente gruesa; sus hojas son acorazonadas y las flores difieren aparentemente muy poco de las de otras violetas, si acaso en que son bastante pequeñas y tienen los sépalos con el ápice obtuso. Daphne cneorum es una de las pocas Timeleáceas de la montaña pirenaica. Se trata de una pequeña mata que abunda en los montes chistabinos y belsetanos, tanto si el suelo es calizo como silíceo. Las flores son de un color rosa más o menos vivo, abiertas en cuatro lóbulos. Unos cientos de metros más abajo, la “flló de pastó”, como la llaman en Benasque, se veía todavía bastante retrasada, pero aquí sin embargo algunas plantas aparecen ya cuajadas de capullos intensamente coloreados, que me recuerdan a los granos de la granada. Sus hojas, semejantes a las del boj o la gayuba, también han despertado y se aprestan a la faena de la fotosíntesis. Y poca cosa más, solamente algún guiño de amarillos (Potentilla crantzii). Por otra parte, en esta ladera abundan Saxifraga paniculata –se ven grupos de rosetas aquí y allá-- y Potentilla alchemilloides todavía muy mustia, junto con el enebro rastrero. Casi toda la flora está en reposo todavía, en espera de días más largos y noches sin heladas.
La observación de la fauna me vuelve a deparar momentos emocionantes. Algunas lagartijas corretean entre las peñas, probablemente Podarcis muralis. También hay unos insectos moviéndose con prisa entre los mechones de pasto seco y los enebros rastreros. Son Heterópteros, tienen unos 8 mm de largo y 3 mm de ancho; los bordes del cuerpo son pardos, excepto en los dos extremos donde empieza y acaba un dibujo negro que recorre el dorso con dos estrechamientos. Capturo uno y lo guardo en un bote, a la espera de que algún experto entomólogo lo determine (resulta ser de la familia Lygaeidae, y lleva el nombre de Rhyparochromus phoeniceus). Otros insectos llegan también arrastrados por el viento hasta las laderas nevadas, y perecen allí sirviendo de alimento a los pájaros alpinos.
Se ven madrigueras de marmotas, pero no deben de estar todavía activas. Y entonces, justo después de hacer una foto de una de esas bocas de túnel, un zorro de larga cola rojiza sale presto de allí y desparece en un segundo; seguramente andaba metido dentro, sin resultado aparente, en busca de uno de esos chillones roedores. Comentando días después mi sorpresa al ver un zorro a esta altitud, aunque no era la primera vez –todavía recuerdo aquella otra hace muchos años en una fresca mañana de agosto cerca del lago Liat, en el valle de Arán--, me cuentan que vieron una vez uno en la cresta de los Portillones, bajo el Aneto en Benasque.
En los roquedos no todo son areniscas rojas; también hay bloques graníticos con grandes cristales, signo de un enfriamiento rápido del magma que los originó.
Poco después alcanzo la collada de Pardinas, a unos 2250 m de altitud. Son las 4 de la tarde y se ve mucho rastro de sarrio en la nieve.
Aquí sopeso mis alternativas. Puedo volver por la cara oeste de Fubillons, completamente nevada, regresando hacia la Cruz de Guardia, o cruzar esa sierra por su cara norte también con la misma pretensión, o llegar hasta la pista de Biadós bajando todo enterito el barranco de la Zernil (unos 4 Km en línea recta), por laderas que se ven menos cargadas de nieve o por el fondo con nieve algo dura. Seguramente por la misma razón extraña por la que, entre varias alternativas en la cola de la caja del supermercado, casi siempre elijo la que más lenta va, y porque la falta de ánimos y fuerzas físicas me dicta no volver a hundirme en la nieve blanda de Pardinas, me decido por la última posibilidad y empiezo a bajar hacia el este por la Zernil.
La cara norte de Fubillons está espléndidamente nevada y, conforme voy bajando, pronto descarto cruzar esa sierra. Me resulta más cómodo seguir descendiendo. Ratos y ratos, buscando siempre las zonas más planas y con nieve algo más dura. El monótono ruido del crujir de mis pisadas me ayuda a olvidarme del dolor de pies y de la flojera de las piernas. Cuando estoy sobre los 1850 m, habiendo atravesado el Plan de Monzarro, el camino de la Zernil pierde rápidamente altura y empieza vislumbrarse la confluencia con el barranco que desciende de Berdemené. Las laderas sin nieve están cuajadas, evidenciando el intenso pastoreo, de tallos secos del cardo azul Eryngium bourgatii, de Centaurea nigra y de lirios pirenaicos (Iris latifolia), con sus cápsulas abiertas de color canela que hacen un leve ruido de sonajero cuando las rozas al pasar. También hay soles pálidos y desarraigados de Carlina acanthifolia subsp. cynara. Se observan muchos surcos en el pasto seco, cerca de los neveros, laberintos seguramente causados por el laboreo de los topillos, que no pueden profundizar más por estar el suelo helado a pocos centímetros bajo la superficie; se trata del topillo nival (Microtus, por sus orejas muy pequeñas), que horada galerías epidérmicas. Un poco más abajo hay un toscar, casi oculto entre matas de Carex.
Luego sorteo un bosquete de pino negro procedente de repoblación. Junto a un torrente hay unos abedules tumbados por una tempestad o un deslizamiento del suelo, con todo el cepellón de raíces superficiales al aire. Aparecen a continuación las bordas de Biciele y se deja oír el ruido de las cascadas de agua impetuosa que se precipita camino del río Zinqueta. De nuevo lamento no haber cruzado a tiempo al lado izquierdo del barranco –nunca se sabe--, pues al seguir todo el rato por la derecha me toca franquear, afortunadamente por sucesivos puentes, los barrancos en su tramo final, donde salvan mayor desnivel. Cruzo primero el de Biciele, que resulta de la confluencia de la Zernil con Berdemené, y luego Sallena, que baja de la cara norte de Suelza. En el fondo, entre el vaho con millones de gotitas en suspensión, se adivinan rellanos cubiertos de plantas ombrófilas, como la oreja de oso (Ramonda myconi) y el helecho Polystichum aculeatum. Los sauces cabrunos (Salix caprea), que en Chistau llaman “cataluñé”, ya están cubiertos de llamativos amentos de color azufre pálido. En este atardecer en la ribera de Biadós, el monte huele a humedad, a estiércol y a flor de boj. La cima de Punta Suelza se está cubriendo de nubes, como anuncio de cambio de tiempo. Efectivamente, al día siguiente empezó una situación meteorológica de norte, que trajo vientos fuertes en el valle del Ebro y nevadas intensas en los Pirineos durante dos o tres días.
Tras varios rodeos llego a la pista de Biadós y cruzo el Puen de l’Espital (Puente del Hospital). Son más o menos las 6 y media de la tarde y la luz del sol ya va de baja. Me pongo a andar valle abajo, con la esperanza de que algún vehículo pare pronto y me lleve lo más cerca posible de mi coche, que se encuentra a unos 15 Km de distancia. Me duelen mucho los pies, que están mojados, pues la nieve, a pesar de las polainas, ha ido calando las botas a lo largo de toda la jornada. Sigo caminando a buen paso durante unos 40 minutos, y cuando llego cerca de la confluencia con el barranco de Guarbena, oigo un esperanzador ruido de motor a mis espaldas. Una furgoneta Volkswagen se aproxima, con una pareja de La Rioja y, por suerte, les va bien llevarme hasta el coche. Me siento aliviado ya que mis planes han resultado bien. Conversamos. Vienen de hacer el Bachimala, y sin esquís nada menos. A las 8 menos cuarto, más de noche que de día, llegamos por fin. Se lo agradezco de corazón y les regalo un mapa del valle. Me cambio de ropa y de calzado y emprendo el regreso a casa.
Y tú escribes: "Y poca cosa más, solamente algún guiño de amarillos":Potentilla crantzii -por ejemplo- ¡Copón, Vicente, me estás dando la mañana! Aquí yo en calzoncillos, rastrero topo con las narices entre los libros de botánica. Aún no me he tomado el carajillo, ese que debiera haber sido más tempranillo. Así que ¿"guiño de amarillos"? Pues mira, dejémonos de leches, y yo hago mi apuesta, que de ello tiene más que de certeza, y en repuesta a-firmo: ¡DRABA Aizioides!
ResponderEliminarY ya me voy. A ese café. Y conmigo a tu bella excursión, nevada epopeya de palabras bien dadas, exquisitas para la alada realidad de ese día: experiencia tan viva ahí sobre el terreno, tan vívida en tu observación de lleno.
Ya fue, antes, pues eso, el carajillo, ¿solo?, pues no: con brillo y con Quino. Y me ha dicho que José Mª Marco ya está por la faena de estudiar este asunto, que ya ha visto esta nueva (radiante) entrada tuya en el blog, Vicente.
ResponderEliminarA ver cuán certero nos viene esta vez. Espero que NO falle (¿lo digo con la boca pequeña?), y que yo me calle.
Aquí el nene "compitiendo". La Draba que yo digo, dice la guía que es capaz de subir hasta los 3600 m. de altitud. Todo sea que ya mismo esté cayendo en picado, por haber subido "tan alta".
Que sí, que SEA: que yo me calle.
¡Pues Draba aizoides, claro, una tempraneta de nuestras montañas!
ResponderEliminarPues eso
JV
Vale. Sí. Contentín tin tin (yo), de esas maneras...
ResponderEliminarPero no he aprobado, o simplemente rozando el ¿cinquillo "chuletero"?. Entre tanta duda reflexiva y tanto rodeo ambiguo por mi parte, pues...que aquí no hay gracia que yo goze por el acierto conseguido. De lo que se trata es de soltar resPUESTA contundente, sin el menor matiz excusador. Directamente y sin el complejo (miedosillo) a equivocarse. Matizar, aclarar y explicar, todo lo que haga falta, pero luego de la verificación del maestro*. BIEN alta la cabeza (la humildad para los curas, al menos para esas sus TONADAS de lo humilde) tanto como bien BAJA para lo que habrá de ser más óptimo en lo observador sobre esas plantas.
Sí, que ya la bajo, ¿mi cabeza alta?, no, mi cabeza-LATA; que ya me callo.
VICENTE, GRACIAS
Jose Mª
ResponderEliminarsois muy rapidos en responder pero hoy domingo con comida familiar, he llegado tarde.
Aunque creais que a posteriori yo tambien habría dicho DRABA AIZOIDES, por descarte; ya que el sedum brevifolium me parece que no es de flor amarilla, y en la androsace vitaliana de flor amarilla, la corola es tubular (se dice asi?) y florece en mayo-junio y me parece que sale a mas altitud(2.400-3.200). En cuanto a la potentilla crantzii, la corola tiene 5 petalos.
Bueno pues eso, juego muy divertido y que como en aquel juego de t.v cesta y puntos, valgan los rebotes.
Gracias