El 28 de agosto de 1991 partimos cuatro amigos, Víctor Fontán, José Mari Puy, Carlos Soler y yo, de Pont d’Espagne, cerca de Cauterets, en el Pirineo central francés, hacia el refugio des Oulettes de Gaube. Era una excursión de tres jornadas. El viaje hasta allí se nos había hecho largo, ya que una vez en Francia tuvimos que subir y bajar varios puertos “de los más duros del Tour de France” -entre ellos el mítico Tourmalet -, comprobando atónitos que, mientras nuestro coche serpenteaba cuesta abajo por la pendiente interminable curva tras curva, ciclistas de todas las edades pedaleaban trabajosa pero tercamente y sin desfallecer hacia la cima. Una vez en Pont d’Espagne, tomamos un telesilla que nos permitió salvar bastante desnivel y ahorrar tres cuartos de hora de cuesta; después, en algo más de hora y media, nos plantamos en el refugio. Había que descansar y reponer fuerzas para la ascensión al Vignemale, nuestro objetivo para el día siguiente. El ánimo estaba alto y nos sentíamos expectantes. Queríamos ascender a lo alto de la montaña, dormir bajo la cima en la cueva Paradis y regresar a casa al día siguiente.
Cara Norte del Vignemale (tomada de http://fcorpet.free.fr/Denis/M/Vignemale/Vignemalbum.html)
El macizo de Vignemale es uno de los grandes del Pirineo. Visto desde España se alza entre el Monte Perdido y los montes de la cabecera oriental del valle de Tena. Desde Monzón, si se sabe dónde encontrarlo recortado en el horizonte, sus laderas nevadas caen a pico tras la sucesión de montes que jalonan el flanco norte del Cañón de Ordesa. Este paisaje modelado por el hielo culmina a 3.298 metros en la Pique Longue, y entre sus cimas hay varios tresmiles con nombres franceses, como Tapou, Montferrat, Clot de la Hount, Pointe Chausenque o Petit Vignemale, y alguno español como el de Cerbillona. Los montañeses del valle de Tena se refieren al pico más alto y también al macizo con el nombre de Comachibosa (“pico de las cabras”). Desde la vertiente francesa, a las puertas del refugio donde íbamos a pasar la noche, la visión de la cara norte del pico es espléndida, sobrecogedora, con su helado Couloir de Gaube, que tantos ansían vencer, atravesándola como una cuchillada de arriba abajo, un corredor sombrío de seiscientos metros que lleva directamente a la cumbre, una “provocadora y fascinante chimenea de hielo y nieve” en palabras del pirineísta francés Henri Brulle a finales del siglo XIX. Actualmente, sin embargo, y debido al incuestionable cambio climático, parece que apenas queda hielo en verano y se trata sobre todo de un corredor de roca.
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