Ayer hice un pequeño viaje al pasado.
Cuando tenía 7 años estuve a punto de ahogarme en el Cinca,
cerca de Escanilla. Habíamos ido a bañarnos con mis primos de Madrid, que
traían unas gafas de bucear con tubo. Alguien sacó la bolita esa que permite
respirar sin tragar agua, y se le escurrió entre los dedos. Cayó al agua. Yo fui tras ella y resbalé. No sabía nadar, me asusté, la
corriente me arrastraba. Por fin, mi padre me rescató.
La segunda vez que me caí a un río sin saber nadar estaba pescando en el Ésera y tenía 11 años. Acababa de atrapar una trucha, que yacía en
la cesta que llevaba en bandolera. Era marzo, resbalé en una piedra mojada y,
sin poder evitarlo, fui a parar dentro del río. La impresión fue tremenda, el agua estaba
helada y yo vestido y calzado, y con mi caña de pescar. Mi padre también estaba
conmigo esa vez, pero antes de que se zambullera para rescatarme, fui a parar a
una zona favorable y salí por mi propio pie. No había soltado la caña. Eso sí,
la trucha se había escapado de la cesta. Estaba calado y tuve que poner la ropa
a secar.
Ese mismo verano aprendí a nadar en la piscina del colegio.
Este era el método: te empujaban al agua cuando no te lo esperabas y salías
como podías. Vaya maneras. En esa misma piscina se ahogó poco después un chico
de mi edad por un corte de digestión.
En 1968 se inauguró la presa de El Grado. Al Cinca se le
cortaron los bríos que llevaba tras cruzar el Entremón de Mediano y, a los pies
de La Selva de Escanilla, junto a la desembocadura del Susía, surgió lo que
parecía un lago entre los montes. Un lugar muy atractivo para remojarse, navegar y pescar. Las
aguas, de un verde tirando a esmeralda, estaban a veces algo turbias por las
tormentas. Conforme avanzaba el verano, los troncos blanquecinos de los árboles
que habían quedado sumergidos iban asomando al aire.
Debió de ser por entonces cuando leí “Duermen bajo las
aguas”, de Carmen Kurtz. No era una lectura adecuada para mi edad, pero yo,
no obstante, la disfruté. Y ayer, caminando por el barro del pantano, me vino a
la cabeza, por razones obvias, el título, aunque no recuerdo de qué iba el libro.
Estoy leyendo estos días “Crónica del
pájaro que da cuerda al mundo”, de Murakami, que se recrea en las realidades
paralelas en las que a veces nos vemos inmersos, los mundos que son y no son a
la vez. Como, por ejemplo, un embalse medio vacío. Y quise aprovechar la
oportunidad que me brindaban las aguas bajas del pantano después de meses casi sin llover, para ver qué se escondía
bajo la cota 450, lo que las aguas cubrieron hace 44 años y muestran a regañadientes, los
restos de algunos lugares de los que había oído hablar de pequeño. Y de paso regresé a la orilla del Cinca que vuelve a discurrir libre, durante unas
semanas, por sus antiguos dominios.
Apacentando ("pajentando") en Escanilla. Al fondo, la Corona de Ligüerre o Peña de Las Horas, y el Tozal de Palo. Enmedio discurre el río Cinca por el Entremón
Desembocadura del (seco) barranco de Escanilla en el embalse de El Grado. Muchos sauces y chopos, y hierbas higronitrófilas como Polygonum persicaria, Conyza albida, C. canadensis, Epilobium hirsutum y Bidens tripartita
Capítulo de Bidens tripartita
Camino por el barro seco hacia el este, siguiendo el antiguo cauce del Susía, hacia el ruido que me llega del Cinca que fluye entre los sedimentos depositados en el vaso del embalse. Este horno, de cocer cal probablemente, está adosado a la ladera de La Selva. Bajo la cota máxima del embalse todo tiene el color del limo
Pequeño rezumadero a la altura de los huertos de Ilebe
Restos de la que fue Fábrica de Petróleo, donde se extraía combustible para los candiles a partir de rocas bituminosas. Ya estaba en ruinas antes de la construcción del embalse
Solo, me parece estar andando sobre la piel cuarteada de un gigantesco animal primitivo
El río Cinca lleva bastante caudal para lo que podía esperarse en tiempos de sequía intensa. Se ve que la demanda de agua para riego en la tierra baja oscense sigue siendo importante, y por ello sueltan agua del embalse de Mediano, donde apenas queda, para mantener El Grado en una cota razonable
El Cinca, Ligüerre y las ermitas del Entremón
Las garzas patrullan las proximidades del agua, siempre a la búsqueda de alimento.
Lo que queda del antiguo camino de Escanilla a las Casas de la Barca
Huellas del paso de jabalíes por el barro
Clamosa, deshabitado hace décadas, se alza sobre el cauce del Cinca, en la margen izquierda, a 655 m de altitud
Al haber descendido el nivel del embalse, el río Cinca fluye durante varios kilómetros (unos 6 o 7, en vez de un par cuando está lleno) desde el pie de la presa de Mediano hasta las Casas de la Barca. Es un hecho que se repite últimamente casi todos los años
Restos del precario tendido que llevaba electricidad a las Casas de la Barca
Oquedades en los acantilados de la margen derecha del Cinca, bajo La Selva de Escanilla. Los inferiores quedan cubiertos por las aguas cuando el embalse está lleno. Por el paredón cae (cuando hay) el agua, que ha ido dejando depósitos calcáreos
Costra, suave al tacto, de depósitos calcáreos de goteo al pie de los farallones calizos
Roca con cristales de calcita
Debe de llevar bastante tiempo sin llenarse del todo el embalse, pues algunas plantas que crecen en las rocas inmediatas han formado pequeñas poblaciones bajo la cota máxima, entre las piedras que caen de arriba. En la imagen, Sarcocapnos enneaphylla ("zapatitos de la Virgen", Papaveraceae)
También, aprovechando la tregua temporal de las aguas, se ha establecido una espléndida población de Aethionema saxatile (Cruciferae). Aunque, bien mirado, también podría tratarse de A. monospermum, una verdadera rareza en Aragón, donde se conoce solo de Naval. Haría falta verla en flor y fruto para confirmarlo. Por si acaso, recogí tres plantas que he trasplantado a una maceta, a ver si sobreviven
Chaenorhinum crassifolium subsp. cadevallii en el mismo lugar, ejemplar de flores albinas
Una planta originaria de América tropical, Chenopodium ambrosioides, que se ha naturalizado en cascajeras fluviales, orillas de caminos y otros suelos removidos. Crece junto a las anteriores
Frente a las Casas de la Barca se encuentra Casa Olibera. Ambos puntos estuvieron unidos por un cable en el que hubo primero una barca y luego un cajón para transportar personas (y supongo que animales), de una orilla del Cinca a la otra. A la margen derecha se llegaba desde Abizanda, para acceder desde Casa Olibera a Lapenilla, Puy de Cinca o Clamosa, pueblos todos deshabitados hoy en día
Eso fue así hasta que la construcción del embalse cambió las cosas para siempre (de todas formas, ¿qué haríamos sin estos pantanos ahora?). Restos de las dos Casas de la Barca
Todavía se conservan, bajo tejado de losa, algunos habitáculos con sillares de muy buena factura. Los que tenían el tejado de tejas se vinieron abajo antes
Paraje denominado La Angostura, bajo el Peñón del Cuerno. Las ruinas de las Casas de la Barca frente por frente con Casa Olibera, al otro lado. Al final acabé por hundir los pies en el barro blando para llegar hasta aquí
Dos imágenes de los olivares arruinados junto a las Casas de la Barca
Camino de vuelta, a media tarde. Hace calor, tengo ganas de una cerveza fría. Desciendo hasta el lecho del Cinca, hasta los cantos rodados que pisé en mis baños de crío, y meto los pies sin sacarme las botas en el agua fría. Restriego el limo pegajoso que las envuelve
Huellas de jabalí en el barro húmedo del cauce sin agua del Susía. Algo más adelante me encuentro con dos chicos franceses, geólogos, que estudian la región y sus estratos tumbados "de plage" (areniscas y margas). Remonto el lecho seco del barranco de Escanilla, aún queda una poza con agua sucia donde "beben" las abejas. Un diminuto chochín (9 gramos, Troglodytes troglodytes) se mete por uno de los tubos de la pista que cruza el cauce.
Últimos metros antes de estar de vuelta en Escanilla. Aún fotografío Linaria supina en flor en la cuneta de la carretera. Me paro a comer uvas en una parra. Dulces, buenísimas.
Cuando comento mi caminata hasta las Casas de la Barca con Marina y Joaquín, de la casa vecina (Casa Salinas), ellos rememoran por su parte la "excursión escolar" con la maestra doña Milagros que hicieron en los primeros años de la postguerra, cada crío con su cesteta de la merienda. Unos 8 o 9 kilómetros entre ir y volver, ¡vaya excursiones escolares las de entonces, y por aquellos caminos! ¡Y vaya maestras!
Al final, las cervezas fueron dos. Y después, los higos, muchos, a pie mismo de las higueras que hay junto al antiguo Huerto de la Abadía, hoy parquecito infantil.
Me ha gustado mucho esta crónica; redonda de principio a fin. Quien sabe si la influencia de los recuerdos infantiles ha proporcionado una atmósfera especial al paseo por el limo...
ResponderEliminarSe diría que la palabra gana fuerza sobre las imágenes, y eso que, de buenas, "habelas hailas".
Victor
Vicente; sigue paseando y contando tus paseos.
ResponderEliminarGracias.
Josemaría